miércoles, 3 de noviembre de 2010

Homicidios y suicidios

Un grito sofocado se escuchó del otro lado del lago, que con el correr de los años se había ido transformando en un cementerio de ocultaciones. Su interior, un perfecto escondite histórico que marcaba de la manera más perfecta, aunque displicente, el paso del tiempo. No me preocupé demasiado por el sonido aterrador. Paciente, con una mueca de disgusto continué contemplando las oscuras aguas buscando todavía, sin resultados, una innecesaria muestra de lo que objeto, y entonces justo en ese momento, cuando me pareció ver un movimiento sutil, el grito se me apareció de nuevo, aunque más cercano. Levanté la visión –por instinto humano- pero no noté nada, como era obvio. Caminé por la orilla del lago, pisando hojas ya marchitas que crujían con un sonido dulce. Un ambiente desolado y triste se abría paso en esa región sin vida. Solitario, pero aun así maravillado por aquel paisaje que me parecía vagamente extraño, hermosamente lúgubre, me sobresalté por primera vez a causa de un nuevo grito y decidí averiguar qué estaba pasando. De repente tuve miedo, tal vez era un juego de niños que arruinaría, pero si no fuera así, sería mi deber ayudar al necesitado. Me dirigí a la parte del pequeño y casi derrumbado puente de roble mohoso y podrido y lo crucé con temor. Temblando, esperé nuevamente una señal, pero no apareció. Ya del otro lado del lago, me senté en los pastos que milagrosamente subsistían, a grosso modo, en ese lugar. Seguí con la mirada fija, cual perdido en un sueño, en las profundidades del agua que largaba un aroma pestilente. Los susurros del viento se confundían con voces humanas y me hacían, de vez en cuanto, girar la cabeza. Un estrepitoso alarido interrumpió nuevamente mi reposo e ignorante, me puse de pie y observé movimientos rápidos dignos de algún cazador con experiencia. Corrí al punto, y me encontré con un ciervo asesinado recientemente, pero sin rastros de un homicida. Esperé allí, si alguien lo había cazado iría a buscarlo. Pero nadie vino, aterrado, intenté abandonar el recinto, pero nuevamente un aullido parecido al anterior resonó. Como la anterior vez, me arrojé salvajemente y encontré ahora otro ciervo asesinado aunque de otro modo. Éste, seguramente, había sido presa de un fiero animal, pero ¿qué?, en ese lugar no había más que liebres, cotorras algunas, y gamos. Ahora, sin respuesta, veía a los dos cadáveres, que seguramente no habían sido asesinados de la misma forma. Definitivamente, el primero, tenía una bala de escopeta incrustada perfectamente en su cráneo. Pero el segundo, había dejado la vida en manos de un animal capaz de destripar a tres humanos juntos. Un instinto me aseveró que una presencia totalmente hostil se encontraba, junto conmigo, en ese atemorizante espacio. Una idea me pasó por la mente, me alejaría y esperaría, pareciendo despistado, otra muerte más, y vería entonces, lo que sucedía. Me alejé a tal punto de estar de nuevo en el estanque, y cuando escuché el alarido otra vez, corrí al encuentro, pero nada, ni los ciervos, habían desaparecido. Repentinamente observé como algo flotaba en el lago hasta hundirse para dejar incoloras las aguas. Cuando por fin me arrimé fui preso del pánico del terror. Miles de cabecitas humanas y rostros de animales se desplazaban inertes sobre el lago hasta caer en un fondo que quizás no existía en esa especie de laguna mágica. Casi sin querer me fui acercando poco a poco, y luego, ya en paz, observé un rostro pálido que me llamó la atención; nariz fina y larga, ojos castaños y una mirada muy expresiva, que luego supe comprender. Mis sienes comenzaron a empaparse, mi cabello chorreaba agua sangrienta y mis zapatos se desmigajaban poco a poco. Un sueño terrorífico me iba ganando, no veía ya luz, caía poco a poco en la oscuridad. Me gustaba sí, y recuerdo que grité cuando vi a un hombre aterrado, que nos observaba mientras un ciervo con una bala en el cráneo yacía muerto del otro lado del lago.

Texto propio

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