Y de una rama, continua, tenue, salta de la nada un fragmento de esperanza. No entiende cómo llegó ahí. Se inclina a su majestad, se presenta, imponente pero respetuoso. Lo cuidan exasperadamente, lo aman crispadamente. Se deja llevar por el viento, siente las caricias de lujuria apetecida, por tantos años, tanto tiempo, y hasta se cree en ese mundo, el iluso. “Esta vez no se me escapa”, especula, sin siquiera entenderse a sí mismo. Efímero, fugaz y perecedero, pero sublime.
Perdido en el tiempo ilusorio y con total brusquedad destroza echando culpas el fragmento. Aún no quiere razonar, quiere escapar, quiere volver: “¡para eso estoy!”, dícese obnubilado.
Ahora sólo queda esperar, esperar un año, dos tal vez, a que del mismo maldito árbol, de la misma maldita rama, salte, de la nada, un endemoniado fragmento de esperanza.
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