miércoles, 13 de julio de 2011
lunes, 11 de julio de 2011
Destino
Quiso ganarse mi confianza, casi más me escarnecía. Todo pasó muy rápido por mi cabeza. Al lado mío estaba el florero, macizo, esperando para quebrarse en la cabeza de un potencial asesino. Y sí. Lo hice. Súbitamente tomé el florero y pronto escuchose el estallido. Cayó muerto el individuo. Salí como entré, esta vez con sentimientos innatos recorriendo mi sien. El tan solo hecho de observar esos rostros habría sido una buena causa para no morir. Es que estaban tan anonadados. Lo cómico era que no podían expresar palabra, pero tampoco girar su vista. Nadie podía comentarme nada. ¡Si yo nunca supe! Todos sabían que había asesinado al hombre, pero a nadie le importaba. Seguí trabajando ese día, haciendo caso omiso a las miradas sorprendidas de mis colegas. Creo que todos dudaban de su vitalidad, ¿estaban muertos ellos o vivo yo? Ansié locamente volver y abrazar fuertemente a mi madre y a mi hermano. ¡Pobres, debían estar tan entristecidos!
Llegué a la puerta de mi casa y toqué vibrando de demencia la puerta. Abrió la mujer alta y rubia, mi progenitora. Tenía lágrimas en los ojos y tuvo que pasarse el brazo por su cara para atenderme.
En medio de los fragmentos de taza hecha añicos, gritó ahogadamente y sólo se dedicó a examinarme con gran desconfianza. Sólo al cabo de unos minutos me susurró unas palabras ininteligibles, que luego gritó: “Estás, ¿estás vivo?”. Corrió a abrazarme. Ya no era necesario que actuara, estábamos felices. El reconocimiento con mi hermano fue similar, y no me defraudó. Por la noche, cuando fui a dormitar y mi madre me dio el último saludó, llegué a reconocer las palabras que musitaba ella para su otro hijo: “No se murió, el muy jodido.”.
viernes, 6 de mayo de 2011
El iluso
Perdido en el tiempo ilusorio y con total brusquedad destroza echando culpas el fragmento. Aún no quiere razonar, quiere escapar, quiere volver: “¡para eso estoy!”, dícese obnubilado.
Ahora sólo queda esperar, esperar un año, dos tal vez, a que del mismo maldito árbol, de la misma maldita rama, salte, de la nada, un endemoniado fragmento de esperanza.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
El adiós a Néstor Kirchner
Homicidios y suicidios
Un grito sofocado se escuchó del otro lado del lago, que con el correr de los años se había ido transformando en un cementerio de ocultaciones. Su interior, un perfecto escondite histórico que marcaba de la manera más perfecta, aunque displicente, el paso del tiempo. No me preocupé demasiado por el sonido aterrador. Paciente, con una mueca de disgusto continué contemplando las oscuras aguas buscando todavía, sin resultados, una innecesaria muestra de lo que objeto, y entonces justo en ese momento, cuando me pareció ver un movimiento sutil, el grito se me apareció de nuevo, aunque más cercano. Levanté la visión –por instinto humano- pero no noté nada, como era obvio. Caminé por la orilla del lago, pisando hojas ya marchitas que crujían con un sonido dulce. Un ambiente desolado y triste se abría paso en esa región sin vida. Solitario, pero aun así maravillado por aquel paisaje que me parecía vagamente extraño, hermosamente lúgubre, me sobresalté por primera vez a causa de un nuevo grito y decidí averiguar qué estaba pasando. De repente tuve miedo, tal vez era un juego de niños que arruinaría, pero si no fuera así, sería mi deber ayudar al necesitado. Me dirigí a la parte del pequeño y casi derrumbado puente de roble mohoso y podrido y lo crucé con temor. Temblando, esperé nuevamente una señal, pero no apareció. Ya del otro lado del lago, me senté en los pastos que milagrosamente subsistían, a grosso modo, en ese lugar. Seguí con la mirada fija, cual perdido en un sueño, en las profundidades del agua que largaba un aroma pestilente. Los susurros del viento se confundían con voces humanas y me hacían, de vez en cuanto, girar la cabeza. Un estrepitoso alarido interrumpió nuevamente mi reposo e ignorante, me puse de pie y observé movimientos rápidos dignos de algún cazador con experiencia. Corrí al punto, y me encontré con un ciervo asesinado recientemente, pero sin rastros de un homicida. Esperé allí, si alguien lo había cazado iría a buscarlo. Pero nadie vino, aterrado, intenté abandonar el recinto, pero nuevamente un aullido parecido al anterior resonó. Como la anterior vez, me arrojé salvajemente y encontré ahora otro ciervo asesinado aunque de otro modo. Éste, seguramente, había sido presa de un fiero animal, pero ¿qué?, en ese lugar no había más que liebres, cotorras algunas, y gamos. Ahora, sin respuesta, veía a los dos cadáveres, que seguramente no habían sido asesinados de la misma forma. Definitivamente, el primero, tenía una bala de escopeta incrustada perfectamente en su cráneo. Pero el segundo, había dejado la vida en manos de un animal capaz de destripar a tres humanos juntos. Un instinto me aseveró que una presencia totalmente hostil se encontraba, junto conmigo, en ese atemorizante espacio. Una idea me pasó por la mente, me alejaría y esperaría, pareciendo despistado, otra muerte más, y vería entonces, lo que sucedía. Me alejé a tal punto de estar de nuevo en el estanque, y cuando escuché el alarido otra vez, corrí al encuentro, pero nada, ni los ciervos, habían desaparecido. Repentinamente observé como algo flotaba en el lago hasta hundirse para dejar incoloras las aguas. Cuando por fin me arrimé fui preso del pánico del terror. Miles de cabecitas humanas y rostros de animales se desplazaban inertes sobre el lago hasta caer en un fondo que quizás no existía en esa especie de laguna mágica. Casi sin querer me fui acercando poco a poco, y luego, ya en paz, observé un rostro pálido que me llamó la atención; nariz fina y larga, ojos castaños y una mirada muy expresiva, que luego supe comprender. Mis sienes comenzaron a empaparse, mi cabello chorreaba agua sangrienta y mis zapatos se desmigajaban poco a poco. Un sueño terrorífico me iba ganando, no veía ya luz, caía poco a poco en la oscuridad. Me gustaba sí, y recuerdo que grité cuando vi a un hombre aterrado, que nos observaba mientras un ciervo con una bala en el cráneo yacía muerto del otro lado del lago.
Texto propio